miércoles, 2 de mayo de 2012

"La letra con sangre entra"
Ésta es una frase célebre de la escuela en los años 60, aquella en la que los castigos estaban a la hora del día y eran crueles y humillantes para los alumnos y alumnas. Solían ser castigos físicos en los que el maestro/a era la autoridad y cualquier falta o incumplimiento por leve que fuera merecía un castigo o reprimenda.Los más habituales eran colocar al alumno/a de cara a la pared con libros pesados en las manos, los palmetazos, los coscorrones, los bofetones y las collejas, aunque a diferencia de las niñas, los niños también podían recibir castigos de "copias" que se basaban en escribir mil veces una frase relacionada con el delito, como por ejemplo: "no hablaré en clase". En las escuelas de chicas, era más común los castigos físicos por no traer los deberes del día anterior, por llegar tarde a clase, por hablar en clase, por levantarte de la mesa sin permiso... La maestra les pegaba con una regla de madera en los brazos o les tenía de rodillas y con los brazos extendidos en forma de cruz.
¿Sirven los castigos físicos? ¿Aportan los castigos físicos algo a los niños/as? ¿La escuela ideal debe de llevar a cabo castigos físicos? 
Éstas son una serie de preguntas que me hago, de las que pienso que los castigos físicos no sirven para otra cosa que no sea humillar, ridiculizar y hacer que los alumnos y alumnas tengan miedo de la escuela y sobre todo que la recuerden con temor y no como un lugar en el que se lleva a cabo una disciplina  en la que el maestro interacciona con sus alumnos/as de forma que se incluye como uno más y no como la autoridad y así poder aprender, el maestro, de sus alumnos/as.

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